A ver, contemos con los dedos. El último año que me vestí de flamenca fue el 2019. En el 2020, aunque se celebraron gran parte de las pasarelas de moda flamenca, pues nos faltaron un par de ellas, llegó la pandemia del coronavirus y nos pasamos la Feria de Abril encerraron en casa para frenar el avance de contagio. Vale, ya llevo uno. Acabado el ‘añito horribilis’, comenzaba el siguiente, el 2021, con oleaje de contagios incluído. Para entonces ya sabíamos, pues se anunció sobre noviembre, que este año tampoco veríamos ni portada de Feria, ni farolillos, ni caseta. ¡Ea, pues ya van dos! Dos deditos arriba que no forman la V de victoria si no V vencidos y vulnerables. Pero sigamos. ¡No! Mejor me paro, porque, tal y como pintan las cosas, no me atrevo a seguir pensando, no vaya a ser que siga contando. ¡¡Menudo panorama!!
Lo que sí me queda claro es que la moda flamenca lleva dos años parada, con las colecciones del 2020 colgadas en perchas y guardadas en cajones, en el mejor de los casos reservadas, en el peor sin vender y sin visos que ocurra. Y esto tiene consecuencias. Muy duras, por cierto. Pues, lee bien estas palabras, son muchas las firmas que han cambiado escaparates por otros menesteres, que ya han desaparecido de las calles, de las redes sociales y del sector flamenca. Todo ello arrastra a otros aspectos que alimentan esta forma de imaginar volantes y lunares, como son proveedores, creativos de complementos, fotógrafos, publicidad y un largo etcétera.
Porque la moda flamenca, tan exclusiva como universal, tan genuina como abierta, responde a nuestras raíces culturales, a nuestra idiosincracia y razón de ser. Porque se define con una creatividad única cuyo germen está aquí y sólo aquí, en Andalucía, en nuestro ADN, en cada uno de los diseñadores que la imaginan, la siguen dando vida y la prolongan en la historia del pueblo andaluz.
Así, la moda flamenca no genera prendas vacías sin sentido para una noche con amigos, ni tampoco atiende a las reglas de la fast fashion. La moda flamenca diseña vestidos cargados de significado, para momentos únicos, para esos encuentros de primavera que forman parte de las vivencias populares en tierras andaluzas desde hace siglos. Por eso, la moda flamenca atiende a las reglas de la slow fashion, de la moda hecha a medida, con mimo, de la economía de cercanía, favoreciendo a empresas de la zona en la que se asienta y a la que se le suma la economía circular, con las nuevas tintadas en tejidos de anteriores colecciones o el aprovechamiento de restos.
La moda flamenca es uno de los motores económicos más fuertes que eisten en nuestra región, que, además, no depende del turismo, sino directamente del consumo local, en primer lugar, y de la exportación, en segundo lugar, tanto al resto de España como a otros países (Japón, México, Italia, Alemania, etcétera). Es una industria en auge que debe ser apoyada y no olvidada por las administraciones que desde marzo del 2020 miran para otro lado. Por eso surge el Movimiento #LunarOff, como suma de la desesperación de los diseñadores de moda flamenca ante la pasividad reinante. Creativos que, unidos y apoyados por los distintos ámbitos de la moda flamenca, reivindican ayudas económicas al sector y protección del mismo.
Para esto último, es necesario que se le considere Patrimonio de la Humanidad. Debido a la relación tan estrecha que existe entre la cultura andaluza, el flamenco y el traje de flamenca, desde #LunarOff piden que se les reconozca de esta manera, lo cual les aseguraría el amparo de las administraciones públicas. Si eso fuera así, su realidad, a día de hoy, sería otra totalmente distinta.
Pero no lo es y la moda flamenca agoniza, se muere y apenas se mantiene de puntillas para tomar aire, en una situación en la que la esperanza ya va desapareciendo porque lo que acontece es insostenible e incompatible con la continuidad de actividad. Siendo, como es, una fuente inagotable de creatividad, de la que beben firmas internacionales como Dolce Gabbana y otras de primer nivel, se ve abocada a su extinción por la inactividad de los poderes públicos. No podemos permitir que desaparezca, que esa creatividad se escape sin más y deje de formar parte de nuestra cultura, de nuestras fiestas mayores.
Valoremos lo que tenemos y luchemos por ello. Aunque ni sabemos ni aprendemos, ni siquiera intentamos defender lo que es nuestro, cambiemos esto. Dejemos de ser inconformistas, pues es la única manera de pelear por lo que nos pertenece. Salgamos a la calle y formemos parte de este movimiento que no pretende hacer historia sino, simplemente, poner a la moda flamenca en su lugar, en el que merece.
Apoyemos a Lunar Off para que puedan conseguirlo, para que alcen la voz con fuerza, para que las administraciones no sólo les escuchen, sino que actúen y que lo hagan ya. Esta agonía no puede resolverse sola. Necesitan a los poderes públicos para aplacarla y a todos nosotros para que eso suceda. Para volver a ser lo que fuimos.